La mente y el alma tienen sus propios ciclos y
estaciones que recorren diferentes estados de actividad y de soledad, de buscar
y encontrar, de descansar, de pertenecer e, incluso, de desaparecer. Cuando una
mujer madura, las relaciones con ella son diferentes. Incluso la relación que
tiene consigo misma va un paso más allá.
Digamos que alrededor de los 40 es cuando una mujer
siente una necesidad que no puede dejar de atender: la de regresar a sí misma.
Este es el punto emocional en el que aprendemos a saludar a nuestros recuerdos
en el momento oportuno, a bailar y a calmarnos con ellos.
Es el momento en el que se ama el alma más allá de
nuestras equivocaciones y de lo terrenal. A partir de estas edades, amando a
nuestros semejantes se descubre un corazón sereno con sangre ardiente que nos
ayuda a comprender qué clase de criaturas somos, con nuestras fortalezas y
nuestras debilidades. Porque todos las tenemos a ambas y eso no es malo, sino
todo lo contrario.
La vuelta a la casa del alma significa hacernos
conscientes de todo lo que ha acontecido en nuestra vida anterior y resolver
aquellos conflictos creados en los ciclos previos a la madurez.
No es fácil madurar en el amor, pero una vez que lo
logras nace un gran amor por ti misma que se basa en la dignidad y en el
respeto. Estos valores, a partir de cierta edad y ciertas vivencias, suelen
articular el resto de cariños de los que nutrimos a nuestro corazón.
Una mujer madura va más allá en su capacidad de
amor cuando comprende que la verdadera transcendencia del sentir ajeno se
resume en cómo se contempla a sí misma y a sus cambios.

Entonces encuentran que su verdadera casa no está
en ningún lugar alejado del mundo, sino dentro de ellas. De alguna forma, el
amor maduro es consecuencia de un proceso de individualización que puede llegar
a resultar muy doloroso.
Puede que este nos llegue antes o después, pero para
todas está precedido de unos años de distracción y descarrilamiento de nuestra
identidad emocional. O sea, ese no “saber dónde estás y cuál es tu lugar en el
mundo” que todos conocemos.
Sea por ingenuidad, por no prestar atención o por
ignorancia, el proceso de madurez nos ha hace sufrir el robo de una piel que
nos envolvía, la cual creíamos nuestra y a la que nos aferrábamos con fuerza.
Es decir, que este robo se alza en cada caso como
la oportunidad de recuperar unos tesoros tan únicos y propios como son los dos
pilares de la liberación emocional: la determinación y el amor propio.
PSICOLOGÍA INTEGRAL -CHILE
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