El amor
se debe demostrar, no mendigar. Hacerlo es someter a nuestra capacidad de
amar al peor de los verdugos: la indiferencia. La indiferencia vive del desequilibrio en una
relación y se sostiene gracias a la debilidad de los cimientos.
Entonces
nos damos cuenta de que no todo “amor” es amor de verdad, que
no siempre el “querer” obtiene reciprocidad y que para ser felices
en pareja hace falta que ambos miembros se rían juntos, sean cómplices y buenos
amantes.
Solo en ausencia de mentiras, de excusas y de desinterés puede crearse
un amor que en esencia base su libertad en conductas saludables y no en
sometimientos. Nos merecemos aquella relación que teniendo la libertad de
elegir, sea cercana, se base en el aprecio, en el tiempo compartido y en los
pensamientos de mutuo cariño.
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